sábado, 25 de enero de 2014

El acoplado de Cap d'Adge

Martín es un joven enamorado que llevó a su nueva novia a Cap d'Adge. Hablo con propiedad porque le conozco. La chica, me contaba él, era un torbellino de fantasías y, como no podía ser de otra manera, se habían seducido el uno al otro nada más hablar de ellas. Yo siempre he pensado que construir una relación sobre las fantasías de ambos es una buena base, y todavía lo pienso.
La chica era alta, un poco desgarbada, pero lo compensaba con un culo y unos frontales respingones. Era rubia teñida, de cara aniñada, cosa que le daba un aspecto sumiso, de chica entregada, y estoy seguro que es lo que más despertó el morbo de Martín.
Llegaron a Cap d’Adge y consiguieron aparcar. Habían entrado vestidos y Martín dijo “¡En pelotas”. Los dos reventaron a reír y se sacaron la ropa a toda prisa dentro del coche. Salieron uno por cada puerta y, justamente, ella se encontró de frente con un hombre que caminaba por la acera. Sí, fue en el momento justo que uno pone los pies a tierra y se levanta de la silla, emergiendo del interior del coche.
En una ciudad normal esto hubiera podido pasar, y el hombre se hubiera desviado de su camino para dejar paso a la chica. Pero en Cap d’Adge las cosas son diferentes, de manera que el hombre se paró ante ella, contempló el cuerpazo que ganaba altura delante de él, y creo que la cara de “entregable” de la chica hizo el resto. El hombre alargó la mano hasta su coño y le metió un dedo, así, sin más, y ella se lanzó a abrazarse como impulsada por un muelle. Se pegó a él frotando su coño contra su mano y moviendo las caderas a toda velocidad. Martín se empalmó al instante y se quedó boquiabierto (no sé que cosa sucedió antes de que otra).
El hombre no sólo se la folló en aquel instante sino que no se despegó de ella durante toda la estancia en Cap d’Adge. Se pasaron cinco días follando en el apartamento, en la playa, en la calle, en los restaurantes, en las tiendas y las puertas de apartamentos. Puede decirse que eran famosos. Ella no despegó sus labios de los del acoplado o de la polla del susodicho. “Es muy besucona”, me había advertido Martín.
Martín volvió del viaje con una novia que ahora chatea con el acoplado, espera que venga a visitarles y le obliga a lamele el coño mientras está sentada ante el ordenador. Hay que decir que al hombre le permitieron grabar en su móvil el acoplamiento pasional y continuado de su chica. Bueno, más que le permitieron yo diría que le ignoraron. Gracias a eso, a pesar de que Martín en la actualidad folla poco, se pajea mucho. Como un poseso.
¿Qué opinan ustedes, distinguido público? ¿Es Martín un desgraciado? ¿O es Martín más feliz que una perdiz? Envíen comentarios…

feliz morbo,
Manolo